Para quien no haya visitado El Cairo, el título suena algo extraño; ahora bien, para quien haya tenido la suerte de visitarlo, resulta lógico, ¡por supuesto que las bicicletas no son para El Cairo!
La novela es una mezcla de historias de amor –aunque a lo mejor la palabra amor a estas historias les viene un poco grande- relatos sobre las revueltas en la Plaza Tahrir, una crónica general de la ciudad y algunos apuntes poéticos.
Las historias de amor –vamos a llamarlas así- son entretenidas, los relatos sobre las revueltas resultan interesantes e incluso informativos, pero lo que más me gustó de esta novela de Emilio Ferrín fue, por un lado, la crónica viva que hace de la ciudad y por otro lado, algunas verdaderas perlas de la sabiduría popular árabe como el proverbio de Clemente de Alejandría que reza, “El mismo sol que funde la cera, seca la arcilla”.
Pero definitivamente, lo que más me gustó del libro, es la descripción de la ciudad; yo no sabía nada de las mafias que operan en los callejones, sin embargo, me impactaron de El Cairo las mismas cosas que el autor se entretiene en describir: el tráfico demencial de coches destartalados donde los semáforos son objetos decorativos que nada hacen ni pueden hacer para detener el ritmo vertiginoso de la ciudad y por otro lado, el papel de la mujer egipcia que de día no sale a la calle, pero por la noche viste sus mejores galas –a veces por debajo del burka- para unirse a la marea humana que cubre totalmente aceras, calles y comercios.
Nunca he creído que los occidentales seamos más civilizados por el carácter de las relaciones entre hombres y mujeres, basta con pensar en las relaciones laborales y en la desigualdad en el fruto del trabajo de unas y otros para que cualquier ilusión de igualdad o de respeto desaparezca como una pompa de jabón, sin embargo, las pinceladas que da el autor sobre la infancia de las niñas y las jóvenes árabes es desgarrador, no tiene nada que ver lo uno con lo otro, desde luego que no.
Me gustó el libro, no sé si por los motivos correctos pero me gustó; tampoco sé si es un libro que gustaría a cualquiera, sobre todo a cualquiera que no conozca el Cairo y no pueda recordar los paisajes, la plaza, el museo, las calles, etc. Ahora bien, el final rocambolesco de la pobre chica engañada, desnuda, a toda velocidad en la bicicleta es bastante más de lo que puedo aguantar, de modo que el libro me dejó con un sabor agridulce que he perdonado con el tiempo en honor del recuerdo de las estampas maravillosas de una ciudad a la que quiero volver.
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