Tendría dos o tres meses de embarazo cuando leí en la revista Nature la crítica de este libro y de su autor, Andrew Solomon. En Nature ponía que el libro trataba sobre las identidades horizontales -extraño concepto entonces- y sobre la manera cómo las familias se construyen con amor, aceptando la diferencia y haciéndola parte inseparable de su realidad.
Lo compré sin pensarlo dos veces porque ya entonces pensaba que el pequeño que llevaba dentro, con sus cinco o seis centímetros de estatura, era ya un individuo, separado de mí y dueño de una individualidad y de una identidad que podría o no ser difícil de aceptar, sobre todo para mí, que lamentablemente siempre he sido y seré una perfeccionista; como dice Andrew Solomon, la paternidad no es deporte para perfeccionistas, está claro, da en el clavo, pero entonces, ¿cómo podemos los -a nuestro pesar- perfeccionistas aceptar y amar a nuestros hijos sean quienes sean? El libro lo explica con pelos y señales.
La idea fundamental sobre la que gira el argumento es que los padres transmitimos a los hijos unas identidades verticales -el color de piel, el idioma, la estatura, tal vez- que dado que nos pertenecen son más o menos fáciles de aceptar; ahora bien, las identidades horizontales, aquellas que no esperamos, las que llegan sin ser invitadas, esas son muy difíciles de aceptar, aunque los padres, en particular los que entrevista Solomon quien dicho sea de paso, no sólo les entrevista sino que entra en sus casas, en sus corazones, se va a vivir con ellos por semanas y establece lazos de amistad conmovedores con éstas familias, no sólo que aceptan la identidad horizontal de sus hijos sino que además la abrazan, dejan que entre en su casa y en su mundo y lo que es aún más importante, se convierten en mejores personas en función de esa identidad y de la lucha de sus hijos que a veces quieren ser tratados como iguales y otras veces únicamente quieren que se respete su diferencia.
El libro tiene 12 capítulos; habla sobre la identidad de Solomon como hijo -en el primero- y como padre -en el último- y en medio relata la lucha descarnada de las familias con sordera, acondroplastia, síndrome de down, autismo, esquizofrenia, incapacidad, niños prodigio -que sufren como cualquier persona "diferente"-, los niños nacidos de una violación, los hijos delincuentes o criminales y los transexuales.
Este libro maravilloso no sólo explica la naturaleza de las condiciones y las barreras con las que se encuentran las familias que las sufren, describe además los mecanismos que les permiten lidiar con la situación, entre ellos, el más importante es el amor infinito e inextinguible que sentimos por los hijos, sean como sean.
Este es un libro que hay que leer así que no digo más. Hay que leerlo, sobre todo los que seáis padres y los que queráis serlo. Yo lo leí mientras le daba el pecho a mi recién nacido, con el corazón en la mano y me bebí las 800 páginas en un mes y medio.
No paré de llorar a lo largo del último capítulo "Father" y cuando terminé busqué en Internet la información de contacto del autor y le mandé un e-mail, de agradecimiento, por todo lo que me había enseñado. Me contestó poco después,
Dear Veronica,
Thank you for this lovely, lovely note. It's what one always dreams of hearing from a reader, and it means a great deal to me that you took the time to write to me. You've enormously brightened my day.
Warm regards,
Me alegró profundamente que me contestase porque pude transmitirle la centralidad de su libro en mi experiencia como madre, lo que significó para nosotros como familia -Juanma no lo leyó pero yo le hacía un resumen diario- y la huella profunda que dejó en nuestras vidas.
Lo dicho, es un libro que hay que leer.
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