Me llamó la atención el título porque yo soy de aquellas que cuando ven las luces en las casas de los otros, se preguntan qué tipo de persona o familia vive en esa casa y qué está haciendo esa persona o esa familia en ese preciso momento. No importa la casa, el piso o la choza, siempre que veo las luces encendidas me entran unas ganas enormes de entrar, o más bien, de saber.
Me llamó la atención el título porque soy de aquellas que cuando ven las luces en las casas de los otros, no pueden evitar pensar el tipo de persona o familia que vive en tal o cual casa. No discrimino entre luces en las casas de los otros, pueden ser casas, pisos, chozas, etc. siempre, impajaritablemente quiero saber quiénes son y qué hacen los que han encendido las luces.
El libro de Chiara Gamberale sin embargo, no habla de eso, cuenta una historia mucho más enrevesada y mucho menos simple.
Mandorla (Almendra) es una niña huérfana de madre y que lo único que sabe de su padre es que vive en su mismo bloque; no digo más porque este es un libro que hay que leer y porque no creo que eso sea lo más importante del libro.
Mandorla es una niña perfecta, cándida y sabia al mismo tiempo. Comparte casa y vida con las familias del bloque, entra en su intimidad y sin juzgar a nadie, se asombra, como sólo puede asombrarse un niño, de las contradicciones, sinsentidos y absurdos de los que sólo somos capaces los adultos. En algunos pasajes del libro, no se sabe bien quién es el adulto y quién el niño: Mandorla aprende y entiende con naturalidad temas como el sexo y la homosexualidad mientras se escandaliza y entristece, por ejemplo, ante las peleas a gritos, las mentiras y las traiciones entre adultos.
Como no es hija de nadie, todos se relacionan con ella como con un "outsider" le cuentan las cosas porque se las quieren contar, no para explicarle ni enseñarle nada, ella aprende sola, por instinto; por eso, a pesar de su madurez y de su sabiduría se va por el "mal camino" porque tiene al mismo tiempo muchas familias y ninguna; a pesar de su inmensa capacidad para empatizar con todos, no parece que ninguno de sus "padres" y "madres" esté dispuesto a dejar de lado su egoísmo para tratarla como una verdadera hija, entrenarla para la vida en lugar de utilizarla de paño de lágrimas o confidente. Los Barilla, acostumbrados a ser padres perfectos, son los únicos que, un poco por costumbre, intentan ser padres y nada más que padres de Mandorla.
Es un libro fantástico que deberían leer todos los padres, no sólo por los cortísimos pero no por ello menos sabios discursos del abogado Pavarotti sobre la paternidad, sino también para desprendernos del aura de delicadeza y vulnerabilidad con que cubrimos a los niños y adolescentes y aprender que cada niño tiene su propia manera de ver el mundo y que entienden con una naturalidad pasmosas las cosas que nuestra educación -que se ha quedado ya obsoleta y ha dejado de tener relación con la realidad- nos impide ver con la misma inocencia y normalidad.